Cuando fallecen nuestros padres, muere y renace nuestro lugar en el mundo

Viene el Día de la Madre y así como esta fecha, hay muchas conmemoraciones que nos gatillan recuerdos y emociones intensas durante el duelo que están relacionadas a nuestros padres, más aún cuando han partido y vivido cada etapa

A veces el dolor puede sentirse como una cosa lejana, como olas que llegan y que al romper hacen que el agua rodee y abrace nuestras piernas. Nos lleva a sentir, a aquietarnos, a respirar y ralentizar. En otras ocasiones llega de imprevisto y te golpea sin aviso, dejándonos varados sintiéndonos desprotegidos, viendo la vida desde el suelo.

Es una mentira decir que el duelo se acaba o se va, o que se hace pequeño y se queda ahí. Así como las olas, vuelve en cada periodo de forma distinta. Lo que si podemos hacer es aprender a manejarlo, a coexistir con él. Muchas veces podemos sentirnos expuestos y vulnerables frente al mundo, incluso enojados por sentirnos injustamente abandonados. Estos son sentimientos naturales, parte del camino que es el duelo.

La vida sin nuestros padres durante el duelo

Ya sea que nuestros padres vivan en la misma ciudad o lejos, sean emocionalmente cercanos o distantes, nos conectan al mundo. No solemos pensar en ellos como un ancla invisible, pero es verdad que ocupan un lugar en nuestra línea de tiempo generacional. Están ahí desde el momento en que nacemos y aunque, intelectualmente, sabemos que algún día van a morir, ¿cómo imaginamos algo que siempre hemos visto, desapareciendo de repente? ¿Te imaginas un mundo sin cielo? Por supuesto que no. Siempre ha estado ahí.

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La muerte de un padre o una madre nos lleva a un mundo en el que hemos pensado, pero para el que no pudimos prepararnos por completo. De repente estamos explorando un nuevo terreno, sintiéndonos desarraigados o como si nos hubieran arrancado el suelo. Y de manera simbólica, realmente lo ha sido.

Una nueva relación

A medida que sanamos, aprendemos quiénes somos y quiénes fueron nuestros padres en la vida. De una manera extraña, a medida que atravesamos el dolor, la curación nos acerca a la persona que amamos. Comienza una nueva relación. Aprendemos a vivir con el progenitor que perdimos.

Una nueva relación continuará con quien ha fallecido, no un vínculo físico, sino uno en el que el padre o la madre vive en tu corazón. Continuarás recordándolos, pensando en ellos y amándolos por el resto de tu vida.

Poco a poco retiramos nuestra energía de la pérdida y comenzamos a invertirla en la vida. Ponemos el fallecimiento en perspectiva, aprendiendo a recordar a nuestros seres queridos y a conmemorar su legado. En los próximos días, a medida que pase el tiempo, es posible que aún duela, pero prontamente lo hará con menos frecuencia. Todo lo que fue tu padre y tu madre, todo el amor que compartiste y la relación que tuviste no morirá, ya que es eterna. Nunca podremos reemplazar a nuestros padres, pero podemos fortalecer nuestras conexiones familiares a medida que encontramos un significado nuevo y más profundo en nuestras relaciones existentes. Comenzamos a vivir de nuevo, pero no podemos hacerlo hasta que hayamos dado su tiempo al dolor.

Por Josefa Jáuregui, psicóloga.

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