Hija única: ¡Aprendí a serlo a la fuerza!

Aturdimiento. Esa quizás es la palabra que mejor describe el sentimiento que sobreviene a la noticia de la ruptura abrupta de un vínculo: la muerte de un ser querido. Después de que recibimos la noticia, el primer pensamiento doloroso que surgió fue: ¿Por qué él? ¿Por qué no yo? ¡Cómo me sentía de culpable por no haber sido yo la elegida!

A partir de ese momento, el mayor desafío de mi familia fue continuar viviendo a pesar del dolor. ¿Cómo lidiar con la muerte y con la vida al mismo tiempo? ¿Cómo convivir con ese vacío? ¿Cómo vivir sin su compañía? ¿Cómo aprender a ser hija única? ¿Alguien me enseña?

Durante 17 años, creí ciegamente que él sería mi mejor y más grande compañero por el resto de mi vida. Por muchos años, compartimos la pieza, por lo que nos dormíamos y nos levantábamos juntos, vivíamos juntos. Hacíamos todo juntos, hasta pelear y hacer las paces juntos. Él era ese tipo de persona a la que uno siempre podía acudir cuando lo necesitaba.

¿Lograré ser una hija suficientemente buena después de esta tragedia? ¿Podré llenar el espacio de ese dolor? ¿Podré suplir el dolor de mis padres? ¿Por qué no morí yo? Tal vez porque uno no decide cuándo morir. Si hubiese sido una opción, sin duda yo habría elegido ir en su lugar. ¿Será que mis padres soportarán este dolor? ¿Juntos? ¿Separados?

Nueva pérdida: la separación de mis padres. ¿Alguien podría enseñarme a aceptar la realidad de los hechos? Los hijos quieren ver a sus padres juntos, unidos. Especialmente en este momento, en el que todas las dimensiones del luto se hacen presentes. Frente al dolor, un hijo quiere poder abrazar a su padre y a su madre, preferentemente juntos y en armonía.

No existen muertes peores o mejores. Así como en cualquier otro duelo, perder a un hermano va más allá del dolor físico y de la completa desorganización mental. Éste forma parte de las “pérdidas secundarias”. ¿Lograría convivir con la nostalgia por los momentos nunca vividos? ¿Y los sobrinos? ¿Cómo voy a vivir sin sobrinos, sin cuñada? No interesa. Lo que importa es que vivo diariamente con esa nostalgia.

Me casé: ¿Cómo no darle la oportunidad a mi marido de convivir con mi hermano? ¿Cómo no elegirlo a él como padrino de mi primera hija? ¿O de mi segundo hijo? ¿Cómo explicarle a mi hija de 6 años – que siente curiosidad por la historia de nuestra familia – el motivo por el cual el tío Edu ya no está más entre nosotros? Es algo simbólico, pero aun así me conmueve. Aún hoy me conmueve ver a mi papá y a mi mamá encontrando diferentes estrategias para sobrevivir. Continúo conmoviéndome todos los días.

El tiempo siempre fue mi gran aliado. Ya han pasado algunos años y la vida trata de conducirnos de la mejor manera, trayendo nuevos significados para este dolor. Un nuevo sentimiento, la gratitud, se ha hecho muy presente en mi vida. Es el regalo de mi mejor y más grande compañero de vida.

Mariana perdió a su hermano a los 17 años, cuando éste fue asesinado de manera trágica en una pelea de calle. “Él tenía 19 años. A partir de este momento, mi historia ha venido siendo narrada a través de una inmensa gratitud”.

Fuente: “Vamos Falar Sobre O Luto?» – www.ysihablamosdelluto.com.br

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