“Sé que está a mi lado, puedo oler su perfume, sentir su mirada y notar su presencia junto a mí”. (Anónimo).
Cuando fallece un ser querido, sentir su presencia es mucho más frecuente de lo que la mayoría de las personas podría suponer. Al percibir a quien ya no está más con nosotros, solemos reaccionar negando lo que notamos y no hablando más de ello, por temor a que los demás nos tachen de locos. Incluso suele existir temor de estar perdiendo la razón.
Sin embargo, esta sensación es bastante común entre los dolientes. Es por ello que las personas se sienten bastante aliviadas cuando este tema se aborda con naturalidad, porque les ofrece la oportunidad de compartir su experiencia y de descubrir que no son los únicos que viven esto. Lo anterior les da tranquilidad al darse cuenta que no están enajenándose, sino que los demás también tienen percepciones similares.
Hay diversas formas de percibir la presencia de alguien que ya falleció, algunas de ellas son:
– Tener sensaciones físicas, como sentir que nos acarician y nos consuelan.
– Escuchar sonidos, como por ejemplo percibir que nos llama, oír una canción que él o ella solía tararear, etc.
– Sentir su inconfundible aroma.
– Verlo sentado a los pies de la cama al despertarnos, percibir su silueta entre los demás caminando por la calle, ver su rostro entre la gente y sentir un sobresalto en el pecho por el encuentro.
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Para la mayoría de los dolientes sentir la presencia del fallecido significa un instante de reencuentro, de alivio, de sentirse reconfortados, y muchos lo interpretan como una muestra de evidencia de que continúan estando presentes entre nosotros: aunque no podamos verlos ni tocarlos, sí podemos sentirlos.
Pero es importante saber que esto es solo una sensación, una etapa propia del proceso de duelo. Es por ello que Magdalena López, psicóloga del Contigo en el Recuerdo, comenta que, “por lo que he podido observar acompañando a las personas que han sufrido una pérdida, estas percepciones suelen ser más frecuentes en los momentos inmediatamente posteriores a la muerte, y anterior a la aceptación de la pérdida. En la medida en que se va elaborando el duelo favorablemente, las sensaciones de conexión y presencia con el fallecido también se van debilitando hasta que desaparecen. Lo que sí se mantiene a lo largo del tiempo es el vínculo amoroso”.
Fuente: Cicatrices del corazón tras una pérdida significativa, de Rosa M. Martínez Gonzalez.
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