Memorias digitales

En 2004, entraba en cartelera la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, película de Michel Gondry y Charlie Kaufman y que ganó el Óscar al mejor guión. En la novela-ciencia-ficción, Joel y Clementine, interpretados por Jim Carrey y Kate Winslet, son ex-novios que deciden someterse a un procedimiento tecnológico para borrar de su mente los recuerdos de lo que vivieron juntos, como una forma de superar el dolor del término. Allí, la tecnología estaba al servicio del olvido. Aunque, queda claro a lo largo de la historia que nuestra mente tiene sus trucos para luchar por las memorias más importantes.

Hoy, cuando alguien que amamos fallece, contamos con la tecnología para acordarnos de ella. No es que sea necesario, ya que nunca olvidaremos a quien realmente amamos, sin embargo, es un hecho que la vida digital empieza a generar cambios en el modo en que vivimos el duelo.

En vida, construimos memorias que son registradas por nuestros cerebros y por diversos dispositivos. Dejamos rastros físicos (escritos, ropas, objetos, etc.) y, cada vez más, rastros digitales (imágenes, vídeos y textos en diferentes plataformas). Algunas personas son más activas en la producción de su propio contenido y en la construcción de su memoria. Ahora bien, incluso a los tímidos digitales los graban las cámaras de sus amigos, los mencionan en las publicaciones de sus parientes, intercambian mensajes de WhatsApp diariamente y también dejan su rastro digital. Dejamos huellas en nuestras redes y en las de aquellos con los que nos relacionamos.

Si mientras vivimos ampliamos el registro de los recuerdos, también es se hace más fácil el acceso al pasado (y a quién fuimos) tras nuestra partida. Visitar la memoria del fallecido se vuelve más fácil: en un par de clics podemos recordar la imagen, la voz, las conversaciones, los gestos en vídeos de quienes ya no están aquí. Y podemos sentir nostalgia (y tristeza) en grupo, compartiendo este material disponible en los medios digitales.

A partir de esta reflexión es posible llegar a la siguiente conclusión: seguimos ‘relacionándonos’ en las redes sociales con aquellos que se fueron. Las fotos y los vídeos de un amigo fallecido hace un par de años, puede volver constantemente a los muros con un simple “me gusta” de otra persona. Y aunque no lo hemos olvidado, este amigo vuelve a la escena y es tema de conversaciones en el almuerzo de la semana o cuando se reúnen sus amigos de toda la vida.

Por ejemplo, Amanda sigue visitando la página de Facebook de su padre, que falleció en 2014, para recordarlo y estar más cerca de él. Incluso, le ha enviado mensajes en privado en los días más difíciles. Y parece que este tipo de comportamiento es cada vez más común. Tanto es así que Facebook ya tiene la opción de convertir en memorial la página de una persona que ya partió (revisar la nota «Qué pasa con tus redes sociales cuando falleces»).

No siempre es necesario una acción deliberada para acceder a esta caja de memorias. Muchas veces te sorprenden los recuerdos generados automáticamente por las redes sociales – por ejemplo el ‘recuerdo de Facebook’ – o la acción positiva de un amigo que quiso compartir su nostalgia. La visita repentina de dichos recuerdos puede llegar como una bonita sorpresa o pueden provocar una tristeza inesperada. ¿Pero acaso no ocurría lo mismo en el universo offline? Cualquier persona puede encontrar una nota de su madre fallecida entre las páginas de un libro, así como recordar a su ser querido al sentir el perfume que usaba.

 

Fuente: sitio ¿Y si hablamos de luto?

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