La vida en pareja tiene una serie de desafíos cotidianos cuya resolución muchas veces se da entre las dos personas. Uno de estos momentos es el fallecimiento de un ser querido, algo que puede afectar a la relación o solo a una de las partes. Según indica la psicóloga Sara Losantos, en el primer caso -que puede ser la muerte de un hijo- se entiende que ambos están en duelo, pero cada uno lo asume de una manera distinta.
En ese sentido, apunta, estas diferencias en el proceso de duelo y en cómo avanza o retrocede, cada uno puede generar una distancia que, si no se toma en consideración, puede provocar incluso la ruptura de la relación. Eso sí, hay casos en que la pérdida ha unido más a la pareja, saliendo fortalecidos de este momento con un vínculo más sólido.
En la otra vereda, agrega Sara Losantos, se da la situación que uno de los dos miembros de la pareja es quien ha vivido el fallecimiento de un ser querido, y está desde ese momento en un proceso de duelo. Este puede ser el caso en el que uno de los dos enfrenta la muerte de padres, hermanos o a un amigo, mientras que en contraposición el otro no ha sufrido mayormente la pérdida al tener un vínculo distinto -o no tenerlo- con quien ya no está.
La profesional apunta que una de las diferencias más destacables reside en el hecho de que para el cónyuge que no vive la pérdida, lo más importante –en los casos sanos- es la pareja, lo cotidiano. Mientras, para el doliente lo central, lo nuclear, es el duelo y su propio proceso.
En este caso, los problemas para entender a la otra persona, así como las necesidades particulares de cada miembro, son las que pueden influir en que se produzca un alejamiento o acercamiento dentro de la pareja, por lo que la invitación es a conversar y ser empáticos con la persona que está viviendo un duelo.
Fuente: Fundación MLC