En la antigüedad, los curanderos que poseían el don de sanar tenían formación en temáticas diversas. El médico era doctor, abogado, sacerdote, filósofo, botánico y músico. La música precisa era utilizada como parte del proceso de sanación. Su correcta aplicación era un don, y no se prescindía de ella al momento de tratar a un enfermo.
En la actualidad, en un mundo donde cada vez vivimos más desconectados de lo esencial, pero donde sin saberlo, clamamos por más y más espacios de conexión, la música se nos presenta como un oasis, una oportunidad de sanar la desconexión, el estrés, de hacernos conscientes de nuestras necesidades emocionales y espirituales cada vez más olvidadas. Escuchar música en nuestras casas, en estadios o salas de concierto, incluso en la intimidad de nuestros dispositivos móviles, se convierte en un espacio temporal que habitamos desde lo más profundo de nuestro ser.
La música es un resonador emocional, y esta propiedad la ejercemos a diario de forma intuitiva. Música festiva y triunfante para celebrar, música etérea para acompañar momentos de confusión, buen rock para la catarsis colectiva, música tranquila y triste para acompañar el duelo. Esta elección no es casual. Los seres humanos tenemos la tendencia a buscar aquello que resuena con nuestros estados internos, es nuestra forma de procesar lo que sentimos. Repetir la emoción, el recuerdo, la idea, la vivencia y todo lo asociado a ella, es parte de un camino esperable de sanación.
Es así como la música tiene el poder de llevarnos en un viaje emocional, transitando junto a nosotros en un período de la vida marcado por algún hecho doloroso. Ella da un marco a nuestras vivencias y favorece la secreción de determinados químicos como la dopamina, que nos ayudan a potenciar o inhibir ciertos estados. Es por esto que, si bien la elección de la música que escuchamos no es casual, también podemos hacer consciente esta selección, otorgándole el poder de sanarnos, o al menos de potenciar nuestro camino hacia el bienestar y el equilibrio, luego de una experiencia de pérdida y dolor.
La ciencia lleva décadas entregando información fundada sobre todo lo bueno que la música nos puede aportar. Beneficios que van desde estados pasivos hacia el movimiento, operando como un catalizador de emociones, acompañándonos a profundizar en nuestra experiencia afectiva, estimulando nuestro estado fisiológico de una fase apática a la actividad, gatillando imágenes positivas o induciendo estados de relajación. Ni hablar de los sabios del mundo intelectual y espiritual antiguo quienes, sin necesidad de pruebas, se rindieron ante su inmenso poder.
Y tú ¿estás listo para darle poder a la música en tu vida?
Por Francisca Fernández.