Cuando una persona vive un duelo, lo habitual es que lo enfrente y pueda lidiar con él sin grandes inconvenientes. Puede ser superado sin necesidad de ayuda o apoyo externo, u otras veces la persona para sobreponerse a este proceso recurrirá a la terapia. Pero, aunque es inusual, a veces ocurre que, a pesar de los esfuerzos del doliente y del experto, la situación se complica y no avanza. Este estancamiento puede deberse a varios factores, pero principalmente se consideran estos cuatro:
– El paciente se resiste a afrontar el dolor y lo evita, de manera que perpetúa el duelo. En este caso el experto no puede presionar ni empujar a la persona que sufre, sino esperar a que sea el doliente quien tome la decisión de avanzar.
– Aunque el paciente desea afrontar el dolor, éste es tan intenso que no deja avanzar al doliente, estancando su proceso. Superarlo a veces es una cuestión de paciencia y otras tiene que ver con temas anteriores al duelo que se suman y lo complican.
– A veces no hay una explicación convincente o clara para el fracaso terapéutico y, a pesar de todo, el proceso se frena.
– Puede ocurrir que, aunque aparentemente el conflicto es el duelo, el inconveniente real sea otro distinto, unas veces parecido y otras, completamente diferente. Esto hace que la intervención no reporte mejorías ni produzca avances. Es como un proceso médico en el que la infección parece provenir de un foco cuando, en realidad, el origen es otro.
A veces también ocurre que las cosas no son lo que parecen, damos por sentada la versión que nos da nuestro paciente y, por más que trabajamos, no avanzamos. En esos casos, y antes de valorar que sea un fracaso terapéutico y derivar o dar por finalizada la terapia, merece la pena evaluar si a lo mejor hay un duelo que subyace y del que surge el que estamos tratando.
Casos de duelos escondidos
A lo largo de nuestra práctica profesional, hemos encontrado casos así en terapia. En una ocasión, un hombre solicitó ayuda terapéutica por la pérdida de su mascota cuando, en realidad, su perrito representaba el último regalo que le había hecho su padre antes de morir tres años antes, y cuyo fallecimiento no se había permitido llorar nunca.
Ponerle palabras a este descubrimiento hizo que aquel paciente pudiera evidenciar lo que realmente le entristecía y dejar de avergonzarse por estar en duelo por la muerte de su mascota y no haberlo hecho por la pérdida de su padre.
En otra ocasión, una mujer acudió a terapia para trabajar el duelo por la muerte de su hijo, pero, el proceso no avanzaba. Rastreando en su historia se pudo descubrir que la sensación de desprotección y vulnerabilidad que sentía obedecía en realidad a la pérdida de su madre, que había fallecido hacía ya cinco años y a quien no pudo llorar porque en ese momento estaba embarazada.
Poder poner nombre a lo que le sucedía, poner palabras a su sensación de vulnerabilidad y a su miedo a no poder gestionar los embates de la vida, hizo que el proceso se desbloqueara por completo.
La importancia de conocer el contexto del doliente
Habitualmente, una vez que desbloqueamos el punto en el que el duelo ha quedado estancado, el proceso continúa de una manera espontánea sin necesidad de hacer mayores esfuerzos. Por eso, se recomienda no quedarse en lo aparente y dedicar tiempo a realizar una historia completa, registrando todo el historial de pérdidas del doliente, sin dar por supuesto que el fallecimiento por el que acude a terapia es lo principal.
Fuente: FundaciónMLC.org