El duelo vivido por la muerte de aquella persona amada tiene un cúmulo de elementos particulares, independientemente de si ocurre de manera imprevista, tras una larga enfermedad o como señal inevitable del paso del tiempo. A diferencia de lo que acontece con padres, hermanos o abuelos, en este caso se pierde a alguien con quien hemos decidido compartir nuestra vida.
Muchas veces el duelo que se vive al perder a la persona que amamos, a un familiar, a un amigo o incluso a una mascota, no se supera, sino que más bien aprendemos a sobrellevar esa ausencia. Las emociones que surgen cuando acontece esto son de tal intensidad que pueden dejar un reflejo perpetuo, algo que de alguna u otra forma debemos tener en consideración.
La tristeza que supone la ausencia es algo que, con probabilidad, durará toda la vida. Pero ser consciente de esa realidad no implica resignarse a una desolación perpetua ni dejar que las emociones o pensamientos negativos fluyan como un caudal sin control. Todo lo contrario: esa intensidad puede y debe reconducirse hacia lo constructivo y hacia un recuerdo en prisma positivo.
El primer paso es tomar las riendas de nuestras emociones. Perder a la persona amada es innegociablemente doloroso, pero eso no es una puerta abierta hacia una espiral de negatividad y tristeza permanente. Ser conscientes de la pena y las limitaciones existentes a largo plazo nos dará una base emocional sólida ir sobrellevando la pérdida de cara al futuro.
El duelo es un proceso de tareas. Cada paso que damos lleva consigo unas tareas emocionales, unos hitos y unas sensaciones. Es un camino que, aunque puede recorrerse en compañía, en esencia es absolutamente individual. No hay atajos, no hay aviones que nos lleven hasta el final en la mitad de tiempo y no hay trucos ocultos: es un proceso de aprendizaje, introspección y maduración forzada generado por una situación ante la que es imposible estar preparado antes de que llegue.
Aislarse nunca debe ser una opción. Individual no significa solitario. Personal no quiere decir aislado. Con el duelo conviviremos solos, por lo que debemos aprender de esa forma. Pero cada persona de nuestro alrededor, lo sepa o no, tiene una enseñanza en su interior. Un consejo, una frase acertada o un simple abrazo pueden ser un avance muy importante, además de un inmenso apoyo que nos ayudará a pasar por estos momentos duros.
Por ello, perder al amor de tu vida nunca va a dejar de ser doloroso. Y quizá su recuerdo nunca se vaya del todo, aunque los años pasen y aparezcan nuevas personas. Pero en nuestra mano está que ese recuerdo sea un impulso positivo a la acción, una memoria hermosa y un apoyo en futuros momentos complejos.
Fuente: Apoyoalduelo.com