El duelo por el fallecimiento de un ser querido es un suceso importante e inevitable, que nos ayuda a forjar nuestra identidad. Pero ¿por qué ocurre esto? Debido a que la muerte nos invita a adaptarnos, asimilando e integrando la pérdida a nuestra historia de vida.
Es así como el duelo implica una ruptura en nuestras vidas. Esto inevitablemente nos acerca al sufrimiento, al dolor y a la muerte, configurándose como un momento muy difícil de afrontar.
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En base a esto, el duelo puede ser comprendido como una experiencia determinante que representa el término de un ciclo vital. Pero de la misma forma, se transforma en el comienzo de un nuevo proceso de vida. Aquí se integra, con nostalgia y alegría, el recuerdo y el vínculo significativo que mantuvimos con quien ya no está.
Adaptación de la familia
Es así como la pérdida de un miembro de la familia implica una crisis y una desestructuración en el sistema.
Este suceso va a afectar al clan en dos niveles: en el funcionamiento interno de la familia, pero también en la manera en que los miembros se enfrentan a los ambientes donde se mueven.
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Por lo mismo, la muerte del ser querido implica el inicio de un proceso adaptativo que permite reconfigurar y reorganizar a la familia en torno a la pérdida de un ser querido, a partir de la unión por medio del duelo.
Lo anterior es posible, en la medida que los miembros de la familia faciliten instancias de encuentro y contención para elaborar el duelo en conjunto y, además, respeten los espacios y tiempos personales de cada persona.
La elaboración del duelo como tal, permite reconstruir y dar nuevos significados a la vida. Además, nos ayuda a integrar la pérdida a través del recuerdo vivo, alegre y nostálgico de quien falleció.
En ese sentido, el comienzo del nuevo ciclo vital familiar en torno a la pérdida, requiere de una serie de cambios basados en la aceptación y reorganización de la familia en relación al miembro que fallece.
Y una de las formas de lograrlo, es a través de rituales que permitan la resignificación de la pérdida y una reconciliación con la vida, integrando el recuerdo de ese ser querido que ya no está.
Por: Psicólogo Matías Cuevas
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