Cuando fallece un hermano, cómo apoyar al hijo/a que aún sigue viviendo

Cuando una familia debe enfrentar la pérdida de un hijo/a, todos sus miembros se ven afectados por este triste acontecimiento. Lamentablemente el entorno más cercano tiende a ignorar la emocionalidad de el o los hermanos/as de quien ya partió, volcando así toda la atención en sus padres, por lo que el duelo de los niños se ve eclipsado por el de los adultos.

En este contexto, se hace necesario detenerse a pensar en cómo un hecho tan doloroso puede afectar la vida de un niño. Algunas preguntas que podrías hacerte son: ¿los hermanos/as cuentan con los recursos para hacerle frente a esta pérdida?, ¿cómo ha cambiado la vida de ese pequeño/a después de la tragedia?, ¿su entorno esta siendo capaz de responder a sus necesidades?

Al fallecer un hermano, el o los niños/as no solo dejan de contar con uno de sus compañeros/as de juego, sino que también pierden simbólicamente a sus padres. Lo anterior, debido a que el estrés emocional le impide a los adultos prestar atención a los demás hijos/as, ya que tienden a estar más pendientes de su propio dolor ignorando al resto de su familia.

Perdí a un hermano/a

Para quienes han perdido a un hermano/a, la situación emocional que enfrentan puede ser aún más compleja si no cuentan con el apoyo afectivo de sus padres. De esta forma, se genera en ellos una ambivalencia y gran sentimiento de culpa, ya que sienten que la alegría ya no volverá a sus casas, que no podrán hacer cosas como antes, a pesar de tener muchos deseos de jugar y divertirse.

De esta forma, los niños perciben que la vida familiar ya no será igual, sino que estará teñida con tintes de amargura. Es por ello que, además de enfrentar el fallecimiento de un hermano/a, deben enfrentar la pérdida de su propia familia y de todo lo que estaba a su alrededor.

Es más, en muchas ocasiones los niños/as sienten que han perdido el lugar que antes ocupaban, y que la imagen de su hermano/a que partió comienza a idealizarse socialmente. Esto les hace pensar que será imposible merecer mayores elogios, y comienzan a creer que nunca más ocuparán un espacio en el corazón de sus padres. Ellos aún necesitan ser vistos por sus seres queridos y sanar esa herida profunda que tienen, pero no cuentan con personas significativas que puedan acompañarlos durante esta triste experiencia.

La fragilidad de la vida

Al enfrentarse a la fragilidad de la vida, los hermanos/as pequeños de quien ya partió sentirán temor y ansiedad a muy temprana edad, ya que a pesar de que todos los seres humanos seamos consciente de que un día partiremos, es muy diferente constatarlo tan de cerca. Es así como los niños pueden racionalizar que la muerte no solo afecta a las personas viejas o a quienes están muy enfermos, sino que también le pasó a mi hermano/a, y por tanto puede ocurrirme a mi o a alguien muy importante en su vida.

Ese temor puede verse potenciado por la actitud de los padres, quienes, tras sufrir una perdida tan significativa, pueden desarrollar conductas muy sobreprotectoras hacia sus otros hijos. Los adultos se pueden volver más aprensivos, harán observaciones continuas acerca de la salud de los otros, y constantemente hablarán sobre el peligro de sufrir un accidente o cualquier otro tipo de desgracia. Esto, hará dudar a los niños de sus propias conductas, sentirán que la vida es amenazante, por tanto, generará que aumenten los miedos propios del desarrollo infantil, debido a las constantes frases de advertencia que los adultos dicen de manera involuntaria.

De esta forma, los hijos se hacen conscientes de que sus dolencias o salidas de la casa generan estados de ansiedad en sus padres, haciendo que duden en todo momento de las conductas orientadas a la independencia.

Conversar en familia

El diálogo de los padres con sus hijos resulta imprescindible para tranquilizarlos y evitar que crezcan determinados miedos o recelos ante la vida. Y si los adultos no cuentan con los recursos emocionales suficientes para hacerle frente, esta misión debe ser abordada por otras personas significativas en sus vidas (abuelos, tíos, profesores, entrenadores, etc.), quienes puedan ofrecerles instancias de apoyo, escucha activa y contención.

El objetivo es poder transmitirles, sin sobreprotecciones, todo el cariño que sea posible y entregarles confianza en la vida que les tocará. Que la vida lentamente volverá a su cause natural, que ese niño es tan importante como el hermano/a que ya no está, y que lo sucedido no tiene por qué volver a pasar. Vivir en el temor marchita todo presente.

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