El dolor y la pérdida nos impactan en muchos niveles, uno de ellos es la espiritualidad. Si bien existen síntomas físicos, cognitivos y emocionales que suelen ser más discutidos y conocidos, la espiritualidad también es un tema transversal en el duelo, aunque no se habla mucho de ello, porque poco se comprende.
Entre las reacciones pueden surgir situaciones como sentirnos lejos de Dios cuando previamente se sentía cerca, volcarnos repentinamente hacia Dios en busca de refugio o explicación a lo sucedido. A veces la fe en la humanidad puede flaquear, generando mucha desesperanza y dolor, lo que también puede llevar a cuestionar las creencias básicas sobre la vida y la existencia. Estas reacciones espirituales al dolor pueden ocurrirles a todos sin excepción, tanto a personas que no se adhieren a ninguna religión, a quienes viven la espiritualidad de manera personal y a quienes no tienen creencia alguna.
¿Por qué?
En términos generales, la esencia de la espiritualidad es cómo le damos sentido a la vida. Para algunos, eso implica conceptos claramente espirituales y/o religiosos. Para otros no.
Al final, uno de los problemas más difíciles en el duelo es la reconstitución de la fe (o sistemas filosóficos). A veces, una pérdida desafía profundamente esas nociones, lo que lleva a una crisis de creencias. Naturalmente, no todos los fallecimientos hacen eso. Algunas pérdidas, por mucho que nos aflijamos, no desafían nuestra fe.
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En tales ciclos de duda y dificultad, es fundamental volver a retomar, o no dejar, nuestras propias fuentes de sustento y renovación espiritual. Ya sea por el consejo de amigos, la presencia de nuestra comunidad de fe, o los recursos como libros, rituales y prácticas de nuestra disciplina espiritual, este es un momento en el que no necesitamos cortar la conexión, sino fortalecer nuestros lazos.
Cuando alguien muere, es natural cuestionarnos: ¿qué es lo que realmente creo que es mi verdad? La muerte muchas veces nos fuerza a mirar donde no hemos cuestionado aún. Algunas preguntas son: ¿existe realmente un Dios?, ¿quién creo que es Dios?, ¿realmente creo en la otra vida?, ¿volveré a ver a quién amo?
Todos tenemos nuestras propias preguntas. Algunas se basan en lo que siempre nos enseñaron y otras en lo que creemos saber. También se basan en nuestra personalidad y nuestras experiencias. Independientemente de dónde provengan las preguntas, es importante recordar que es natural tener cuestionamientos y que la mayoría no tendrán una respuesta sólida. A veces, es necesario aprender a vivir sin las respuestas.
Por Josefa Jáuregui Agnic, psicóloga.
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