Cuando un menor ha perdido a un ser querido, lo primero que se debe tener en consideración es la importancia de ser completamente honestos con el niño. Lo anterior, debido a que acompañar a un pequeño que está viviendo un duelo significa ante todo no sacarle de la realidad que está ocurriendo a su alrededor, con el pretexto de ahorrarle sufrimiento.
Es más, incluso los niños más pequeños son también sensibles a la reacción y al llanto de los adultos, a los cambios en la rutina de la casa, a la ausencia de contacto físico con la persona fallecida, es decir, se dan cuenta que algo pasa y eso por supuesto les afecta.
Pero como no todas las circunstancias son iguales, en caso de fallecimientos repentinos e inesperados se aconseja, en la medida de lo posible, que el niño tome distancia de lo sucedido durante las primeras horas. Esto debido a que, como mencionamos anteriormente, el pequeño percibirá que los adultos están tristes o que lloran, y que lo sienten tanto como él, por lo que en este caso es mejor evitar que presencien escenas desgarradoras llenas de dolor y de pérdida de control en personas de más edad.
En este contexto, no es aconsejable decir delante del niño cosas como «yo también me quiero morir» o «¿qué va a ser de nosotros ahora que ya no está?».
El psicólogo William C. Kroen, autor del libro Cómo ayudar a los niños a afrontar la pérdida de un ser querido, propone recordar que el antiguo dicho “el tiempo lo cura todo”, no se aplica en el caso de los niños que enfrentan el fallecimiento de un ser querido. El paso del tiempo ayudará a calmar la intensidad del dolor y desdibujar los recuerdos, pero en sí mismo no es curativo.
Dicho autor entrega algunos consejos que es importante tener en cuenta mientras se ayuda a los niños a recuperarse luego de la pérdida. Entre las sugerencias están intentar ser paciente pero firme, fomentarles una autoestima positiva, dejarles elegir, enseñarles a resolver sus problemas, mantener la familia unida, y, sobre todo, darles permiso para ser felices.