Hay procesos de duelo que parece que no tienen derecho a ser llorados. Parece darse por hecho que hay determinadas pérdidas que no van a doler o donde el dolor va durar sólo unos días: cuando fallece un padre o una madre a edad muy avanzada, los abuelos, un duelo perinatal, la muerte de una pareja cuya relación no era admitida, la partida de un sobrino, o de un familiar con el que no había buena relación…
Todos ellos son ejemplos de procesos de duelos a los que socialmente no se les da un espacio, o que parece que van a tener una rápida recuperación. En la literatura a este tipo de procesos se les denomina “duelos desautorizados”.
Reacciones ante un duelo desautorizado
El doliente que atraviesa un proceso de este tipo suele sentir culpa o dudas sobre si sus sentimientos son válidos o no. Cuando el entorno y la sociedad insisten para que se sienta mejor y para recuperarse rápido, minimizando la importancia del dolor y del fallecimiento en sí, quien enfrenta la pérdida puede sentirse inseguro con respecto a los derechos que tiene acerca de su dolor.
En otras ocasiones también pueden aparecer sentimientos de rabia y molestia hacia los demás, ante la falta de permiso para estar triste. Cuando el doliente no encuentra este espacio o apoyo en los demás, e incluso siente presión para estar mejor, aparece una tendencia al aislamiento.
Las tareas del duelo desautorizado
Todas estas emociones generan en el doliente un nivel de tensión interna y de ansiedad que aumenta la intensidad de los síntomas propios del duelo, sumando más pena al dolor propio de la pérdida y añadiendo una complicación más a su proceso.
Es así como quien se encuentra en este proceso debe afrontar un doble trabajo: el de elaboración del duelo y, a nivel interno, el de crecimiento personal. Para poder encontrar un espacio para su dolor, la persona tendrá que crearlo en su entorno y eso requiere una serie de cambios y de procesos: puede implicar pedir ayuda, defender su proceso y su tristeza, o dar más explicaciones acerca de lo que se está sintiendo, sin esperar a que los demás adivinen lo que está pasando por su interior.
Qué decir para consolar a alguien en duelo
Parece que el ser humano tiene una tendencia natural a establecer medidas y clasificaciones y, en el duelo, también es frecuente que establezcamos medidas y niveles de dolor. Establecer dichas medidas nos empuja a decir frases hechas como: “Era la ley de vida”, “ya era muy mayor”, “eres muy joven, ya tendrás otro hijo”, etc.
En el dolor no hay medidas, es una experiencia completamente subjetiva. Por eso, cuando hablamos con estas frases estereotipadas y vacías, dejamos solo a quien está sufriendo y nos distanciamos emocionalmente de él. ¿Qué es lo que nos hace distanciarnos de quien está enfrentando un dolor? Sin duda es una respuesta compleja que cada uno debe responder en primera persona.
Reflexionando en voz alta, lo primero en lo que se puede pensar es en el miedo: nos da miedo el sufrimiento del otro, nos lleva a nuestro propio dolor… lo que nos impulsa a buscar seguridad en el juicio, juzgando y generalizando la experiencia interna e íntima del otro, que por definición es única. Por lo tanto, solo podremos conocerla estando a su lado y escuchándolo.
Fuente: https://www.fundacionmlc.org/