El duelo se manifiesta de forma similar en un niño o en un adulto. Durante este proceso no se experimenta un solo sentimiento, sino que la conjunción de muchos, por lo que el menor vivirá la comprensión de lo que significa la muerte de acuerdo a su edad y a su nivel de razonamiento.
En un duelo “normal”, que puede durar entre uno y dos años, es frecuente que persista una sensación de que la persona fallecida está presente, ya sea como una compañía constante o en algún lugar específico. También es común que el niño tenga una sensación de soledad que nadie puede mitigar.
Es así como expertos concluyeron que es habitual que después de un fallecimiento, los niños manifiesten ansiedad y estallidos de rabia. La angustia se debe a que el pequeño puede temer volver a sufrir una nueva pérdida, lo que le hace más sensible a todo tipo de separación. Es importante que la persona de referencia que sobrevive entienda que la ira del menor se debe a la ausencia de un ser querido, por lo que no se recomienda culpabilizarlo al considerar irrazonables sus enfados o atribuirlos a problemas de carácter.
Así pues, entre las manifestaciones más notorias y/o habituales esta la sensación de pérdida y desamparo, la angustia por la muerte, el deseo de que la persona fallecida regrese, sentimientos de ira, angustia, síntomas físicos, etc.
Al mismo tiempo, es importante destacar que, al momento de elaborar un duelo, influye la experiencia personal de cada uno, las creencias culturales y/o religiosas, el contexto sociofamiliar, y en especial las causas y circunstancias en las que se haya producido el fallecimiento.
Es así como a continuación, se mencionan algunas manifestaciones comunes que se observan en niños que están enfrentando un proceso de duelo:
– Ansiedad, miedo y preocupación en cuanto a la seguridad propia o la de otros. Se apega más al profesor o a los padres.
– Aumento de malestares físicos, inusualmente más quejoso, irritable y de mal humor.
– Cambios en la conducta y aumento en el nivel de actividad.
– Disminución del nivel de atención y/o concentración.
– Retraimiento de los demás o de actividades, lo cual afecta la manera de interactuar con los adultos y compañeros de clase.
– Cambio en el rendimiento escolar y en la habilidad de interpretar y responder a las señales sociales.
– Reproducción del trauma, es decir comenta, recrea, o dibuja el evento repetidamente, además de tener pesadillas sobre esto y recuerdos inquietantes sobre la partida. También puede hablar y hacer preguntas sobre la muerte y el morir.
– Sobreexcitación del sistema nervioso, como alteraciones del sueño y tendencia a sobresaltarse fácilmente.
– Evita recuerdos del evento traumático y tiene cierto entumecimiento emocional, como por ejemplo aparentar no tener sentimientos sobre lo sucedido.