Existen circunstancias en torno a algunos fallecimientos que impiden a los dolientes celebrar un ritual de despedida como un funeral o un entierro. Esto puede darse, por ejemplo, cuando quien pierde a un ser querido se encuentra en otro país, en caso de una muerte perinatal o durante el parto, o simplemente cuando la persona tiene la necesidad de hacer un ritual especial, ya sea en el momento de la pérdida o más adelante.
Es ahí cuando podemos recurrir a las llamadas despedidas simbólicas, ritos de cierre que nos permiten dar un paso más que importante en la etapa del duelo, y donde muchas veces son más las dudas que las certezas.
Cómo hacer una despedida simbólica
Elaborar una despedida simbólica no tiene un guión o una pauta prefijada, pero sí es conveniente elegirlo y planificarlo desde el corazón. No puede ser algo forzado, debe surgir desde la autenticidad de quien lo organiza y, si es entre toda la familia, que sea consensuado. Hay muchos ejemplos de estas iniciativas: acudir a un lugar que sea representativo de quien ha fallecido y leer o dejar algún pequeño símbolo conmemorativo, plantar un árbol, realizar un pequeño viaje, o marcarse un nuevo desafío, etc.
Puede ser útil hacerse un par de preguntas antes de planificarlo si no tenemos claro qué hacer: ¿Qué es lo que quiero simbolizar/despedir/marcar? ¿De qué manera podría plasmarlo? Muchas veces no tiene por qué ser algo complicado o dificultoso, puede ser algo más sencillo, del día a día.
Lo fundamental es que tenga un significado sentido para quien lo realiza. Es entonces cuando resultará terapéutico y ayudará a la persona a cerrar un ciclo y a estar en paz consigo misma.
Los ritos de despedida y la aceptación
Los rituales de despedida tienen una gran importancia en el proceso de elaboración y aceptación de una pérdida. En nuestra cultura, debido a la tendencia que existe a encubrir todo lo relacionado con la muerte, solemos minimizar la importancia de estas iniciativas. Pero, si bien siempre hay que adaptarlos a las preferencias, tradiciones y necesidades de cada familia, no hay que despreciarlos de antemano como algo morboso o innecesario.
Por un lado, estos ritos dan la oportunidad a cada persona de hacer más real la pérdida y, por otro, cumplen una función social, permitiendo compartir el dolor. A menudo escuchamos en terapia que quienes no estuvieron presentes en el fallecimiento, y no pudieron acudir al funeral de ese ser querido que falleció, sienten más complicado el proceso de aceptación.
Es como si la mente necesitara ver y participar de esta experiencia para marcar el inicio del duelo. En la lucha por que todo se mantenga igual, requerimos de evidencias que, aunque son dolorosas, también son importantes y nos permiten poner en marcha procesos. De lo contrario, la mente se aferra a fantasías de continuidad.
El poder simbólico de los ritos
También hay momentos del proceso de duelo que requieren ser marcados con un hito. A veces necesitamos símbolos para delimitar los momentos de cambio, logro o superación; o bien esperar a estar preparados para poder despedirnos de verdad de quien ha fallecido.
La despedida no es un acto que implique olvido, ni que deba ser impuesto ni por uno mismo o por los demás. Es una instancia de profunda aceptación de lo que ha ocurrido. Constituye un símbolo que recoge el hecho de ser consciente de la muerte del ser querido, y que no sólo es asumido a nivel racional, sino también desde lo emocional.
Por todos estos motivos, además de las necesidades personales concretas de cada persona, plantear algún tipo de rito de despedida simbólico, puede suponer un avance en la elaboración del duelo. Por supuesto no es obligatorio ni necesario, pero sí es interesante que quien ha perdido a un ser querido lo tenga en cuenta y se pare a mirar cómo encaja en su proceso, porque puede que en su caso concreto suponga una ayuda.
Los duelos “desautorizados”
Hay otros casos en los que directamente no hay posibilidad de hacer un funeral, o en los que la persona no puede acudir por la circunstancia que sea. Generalmente tienen que ver con los llamados “duelos desautorizados”.
Cuando hablamos de duelos desautorizados nos referimos a aquellos duelos a los que no se les da permiso a nivel social para que se desarrollen, por ejemplo: el fallecimiento perinatal, la partida de una persona muy mayor, la pena por una relación no declarada o el sentimiento tras la pérdida de un sobrino. Todos ellos son procesos que el entorno tiende a minimizar o que incluso no se pueden manifestar.
Fuente: Fundación MLC.org