Cuando muere un ser querido, es normal que los dolientes se sientan un tanto perdidos, y surjan dudas e inquietudes en ellos propias del proceso de duelo. ¿Olvidaré su olor, su voz, su sonrisa?, ¿todo lo que estoy viviendo es normal?, ¿dejaré de sentir esta pena y seré como era antes?, son algunas preguntas que aparecen luego del fallecimiento de una persona significativa.
A continuación, analizaremos algunas preguntas comunes que las personas se plantean durante el duelo.
– ¿Me olvidaré de su voz, su risa, su cara?
Luego de una pérdida, es frecuente que aparezcan en nuestra memoria imágenes de quien ya no está con nosotros, recuerdos de momentos junto a esa persona y de los últimos días a su lado, ya que de esta forma quien falleció no desaparece de nuestra vida. Es por ello que es muy habitual poner fotografías en la casa, revisar los álbumes familiares, guardar sus pertenencias, dejar sus cosas intactas, etc. Todas son formas de hacer presente al ausente.
A medida que avanza nuestro duelo, vamos aceptando que la partida de la persona amada es una ausencia permanente e irreversible, pero que nunca olvidaremos. Es así como con el tiempo y con la aceptación de la realidad y de la pérdida, iremos trazando detalles del ser querido en nuestra memoria. Es posible que sea un recuerdo más bien borroso y no tan fresco ni cercano, pero seguramente siempre estará en nosotros, debido a que ese familiar o amigo ha formado parte de nuestra propia historia de vida.
– ¿Me estoy volviendo loco?
Es muy posible también que, en este momento de tanta intensidad emocional y de temor a la enajenación, creamos que no podremos soportar la pérdida. Las personas en general pueden tolerar más experiencias duras de las que pueden imaginar. Sin saber muy bien cómo, ni de dónde, surgen las fuerzas y la energía necesarias para seguir luchando y buscando ayuda si fuera necesario, con el único propósito, consciente o inconsciente, de salir del torbellino de sufrimiento en el que se encuentran.
– ¿Volveré a ser quien era antes?
Cuando fallece un ser querido, las personas también pierden esa parte de ellos que se relacionaba con él o ella, esa instancia donde estaban depositados esos afectos. De pronto ya no está ese ser querido en quien reflejarse y desarrollarse, por lo que es normal que se sienta un vacío existencial que habrá de ser reconstruido con el paso del tiempo.
No volver a ser quienes éramos no significa que no estaremos bien nuevamente, o que nos sentiremos peor que antes, solo seremos alguien distinto. Posiblemente la pérdida nos ha obligado a madurar en algunos aspectos, nos ha hecho cambiar el sistema de valores desde el que entendíamos el mundo. Por lo que es normal que luego de la pérdida demos prioridad a las relaciones afectivas y familiares, situando en primer lugar a las personas importantes de nuestra vida y a nosotros mismos, dejando relegadas cosas que antes podían parecernos primordiales, como el trabajo, el dinero, el poder, el estatus social, etc.
– ¿Por qué a mí?
La muerte sucede, y casi siempre es inoportuna e inadecuada. Creemos que el fallecimiento de un ser querido ocurrirá en un futuro muy lejano, cuando ya no tengamos proyectos y planes, cuando ya las fuerzas sean insuficientes por el desgaste y cansancio de los años vividos, y esto no es real. La pérdida de una persona significativa sucede a cualquier edad y en cualquier momento, así que, por mucho que nos preguntemos por qué una y otra vez, la única respuesta útil que podemos encontrar sería más un para qué, que posiblemente nos ayude a darle un nuevo significado a esta experiencia y a nuestra existencia.
Fuente: Cicatrices del corazón: Tras una pérdida significativa, de Rosa M. Martínez Gonzalez.